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Por Antonio Mérida
El periodismo literario se va convirtiendo en un bien escaso. Literatura periodística fue el caldo que cultivaron articulistas geniales como César González Ruano o Francisco Umbral, escritor este último que da su nombre a la biblioteca municipal de Majadahonda.
Terminaron las navidades que fueron días también de relecturas y algún que otro descubrimiento. Volver al “Diario íntimo” de César González Ruano en su edición de Taurus de 1970, es deleitarse con la prosa célebre de un artista incomparable, a pesar de las sombras justas o no que se cernieron sobre el escritor por sus veleidades de juventud con el nazismo y la dictadura Pero independientemente de ello, nadie puede negar la prolífica y deslumbrante carretera de un articulista incomparable que defendía su arte como algo más allá del periodismo: “Si como dicen, yo he llegado a la cumbre del periodismo, manteniéndome espiritualmente al margen de la profesión, es porque mi profesión no fue nunca esta, ya que mi fe era y sigue siendo otra. Es probable que alguna vez se vea claro, que mis artículos, no fueron nunca un periodismo de altura, sino una literatura en sí que se publicaba dentro de los periódicos”.
Mariano de Cavia, Julio Camba, Josep Pla, el citado Umbral, Manuel Vicent o el prematuramente desaparecido David Gistau fueron periodistas literarios, articulistas que llevaron la mejor literatura a los periódicos con el masivo reconocimiento del público. Una estirpe que desaparece frente a un periodismo frío, implacable y tan brillante como el que nos obsequia ahora Lionel Barber con su “Vencedores y vencidos” de la editorial Deusto. Un diario apasionante del que durante quince años fue director del Financial Times. Anotaciones personales en las que fue recogiendo sus impresiones desde que le anunciaron su nombramiento hasta principios de dos mil veinte que cedió el testigo de lo que denomina el mejor trabajo del mundo. “Conseguir que el Financial Times llegue a lo más alto de la primera división, no solo tiene que ver con aspectos prácticos como excelentes reportajes e investigaciones intrépidas, también implica estar en el ajo, reunirse y comer con los poderosos e influyentes, detectar las grandes tendencias económicas y políticas para intentar cambiar las cosas”.
Desde la dirección del Financial Times Barber se enfrenta a crisis como la caída de Leman Brothers y el consiguiente terremoto financiero y la posterior crisis económica; la llegada al poder de Donald Trump o la disparatada decisión de Cameron de convocar un referéndum que provocó la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Entrevistas con líderes de todo el mundo, coberturas de los principales acontecimientos alternadas con la locura doméstica de dirigir un diario centenario con más de trescientos periodistas y corresponsales por todo el mundo, sacudido por una crisis sin precedentes en un sector que, todavía hoy, ensaya con mayor o menor fortuna su reinvención en un nuevo escenario tecnológico. Una evolución que Barber entendió como prioritaria desde el momento que aterrizó en la sala de máquinas del FT.
Es un libro apasionante, repleto de jugosas anécdotas de un periodista que confiesa es las últimas páginas lo mucho que disfrutó “pateándose” la redacción sobre todo cuando sucedía algo importante . “En esos momentos de crisis y drama, cuando los demás pierden la cabeza, se supone que el director tiene que distanciarse de la acción inmediata y estar listo para informar y ser informado”. Lionel Barber cita en sus conclusiones a Ben Bradlee el mítico director del Washington Post quien le advirtió que, después de ser director, su nueva vida le revelaría quienes son sus verdaderos amigos. No cuenta si se ha llevado grandes sorpresas. Ω
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