Habrá supuesto o adivinado el lector las palabras que se esconden en los puntos suspensivos del encabezamiento. No es, sino uno más de los infinitos refranes que la sabiduría popular ha ido sabiamente creando y que tienen relación con la prisa o las prisas.

En efecto, el enunciado completo trae a colación el refrán “Vísteme despacio que tengo prisa”, cuyo origen se atribuye a distintos padres (Fernando VII, Carlos III o Napoleón, entre otros), aunque lo que parece mas claro, en cuanto a su sentido o mensaje, es la advertencia que el emperador romano Augusto hacia a sus ayudantes: “Apresúrate lentamente”.

No obstante lo anterior y, aún en el entendimiento que la prisa tenga un origen pretérito, vamos a considerarla como un invento moderno y de nuestra sociedad, ya que es a ésta nuestra actual sociedad a quien le marca el ritmo.

La prisa es más habitual de lo que parece. Es una constante vital. Está de moda ir corriendo a todos los lados y la mayoría de las veces lo que hacemos no nos gusta. El bagaje y los amos de la mayoría de los mortales, independientemente de su edad, son la agenda, el reloj y el móvil. A cada instante estamos oyendo “tengo prisa”, o endilgando a alguien de nuestro entorno próximo un “date prisa”. Estamos rodeados de las prisas de una forma permanente, tanto para salir como para llegar. Las prisas suponen en la actualidad algo más que una enfermedad porque, como dijo Gregorio Marañón “En este siglo acabaremos con las enfermedades, pero nos matarán las prisas”.  

En nuestra cultura y círculos se nos ha impuesto la rapidez. Parece que ser lento es sinónimo de torpe, inútil o incluso tonto. Esperar unos segundos al ascensor se nos hace eterno, encender el nuevo ordenado –que lleva incorporado banda ancha y no se cuantas historias más que nunca acabo de comprender- nos pone en un estado exasperado porque no aparece al instante la página solicitada. 

La vida en la ciudad y la prisa van de la mano, como una pareja enamorada. Si embargo, en las zonas rurales, sus habitantes caminan, por lo general, de una forma diferente,  y cuando acuden a la ciudad perciben que la gente no se saluda y camina sin fijarse, no existe ni la calma ni el sosiego que regala su pueblo y que son tan necesarios, para contemplar un atardecer…, para querer o para amar.

No convirtamos la prisa en un hábito de trabajo, que a la postre nos va a suponer una pesada carga que nos va a limitar el resultado. Muchas veces la prisa surge por la falta de planificación y, si se nos presentan tareas que tienen fecha de vencimiento, no debemos agotarlo hasta casi el límite. Resulta obvio que, para combatirlo, debemos añadir en nuestra libreta de “no olvidar”, la frase “Trabajo hecho no mete prisa”. Borremos definitivamente el “Ya lo haré, hay tiempo”.

Hay un consejo en Alicia en el País de las Maravilla en que Alicia pregunta al gato (minino de Cheshire): ¿Podrías decirme qué camino he de tomar para poder salir de aquí?, -Esto depende en gran parte del sitio al que quieras llegar-, contestó el gato; -No me importa mucho el sitio-; respondió Alicia; -Entonces, tampoco importa mucho el camino que tomes-, dijo el gato.

Ni tampoco está demás recordar a León Felipe: “Porque no es lo que importa llegar solo ni pronto, sino llegar con todos y a tiempo”, o a José Hierro: “Era ilusión lo que creía todo y que, en definitiva, era la nada”.

Ni por supuesto quiero acabar estos pensamientos sin una referencia al libro ”Lecciones de vida” (Robin Sharma), que siempre va conmigo. Cualquier lección del mismo (empieza bien el día, tómate un descanso semanal, habla contigo mismo, cuida el templo, olvídate del reloj por un día, lleva siempre un libro contigo, conecta con la naturaleza, sé humilde, etc.) nos va a ilustrar y orientar en muchos sentidos, ya que el propio texto es una magistral “Lección de Vida”..   Ω