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Por Micaela Malaussena
Majadahonda soñó en grande. Soñó con acoger una de las instituciones académicas más prestigiosas del planeta. Pero el tiempo, la crisis y la indiferencia convirtieron esa ambición en ruinas. Hoy, las máquinas demuelen el esqueleto de un sueño que nunca llegó a ser. Esta es la historia completa del proyecto de la London School of Economics en Majadahonda: de la promesa al abandono, del silencio a la demolición.
El día que Majadahonda rozó el cielo académico
Era junio de 2009. Corría una suave brisa primaveral y la noticia sorprendió a muchos: la London School of Economics and Political Science (LSE), la mítica institución británica de la que han salido premios Nobel, jefes de Estado y pensadores de talla mundial, iba a abrir una sede en Majadahonda. Por primera vez en más de un siglo, la elitista universidad londinense cruzaba fronteras y elegía suelo español.
Para muchos, fue una señal. Una ciudad dormitorio a las afueras de Madrid, acostumbrada al silencio de sus urbanizaciones y al ir y venir de trenes en su estación de Cercanías, se preparaba para una transformación. El conocimiento, el prestigio y la proyección internacional estaban al caer. La LSE en Majadahonda no era solo una apuesta educativa. Era una declaración de intenciones.
Y entonces, vino el silencio.
La crisis que rompió el hechizo
Enero de 2011 era la fecha marcada. Pero llegó y pasó como cualquier otro mes, sin inauguración, sin corte de cinta, sin discursos. Lo que se levantó fue solo una estructura esquelética de hormigón y acero junto a la estación de Cercanías, al borde del Monte del Pilar. Un esqueleto sin alma.
La gran recesión económica que estalló en 2008 arrasó con muchos proyectos. El de la LSE en Majadahonda fue uno de ellos. La burbuja inmobiliaria estalló, los inversores desaparecieron y la construcción se paralizó. Nadie quiso o pudo continuar. Ni el prestigio de la universidad ni la promesa de futuro fueron suficientes frente al tsunami financiero.
Lo que quedó fue un edificio a medio hacer, una herida abierta en medio de una ciudad que intentaba mirar hacia otro lado.
Vidas entre escombros
Poco a poco, la estructura fue colonizada por el tiempo... y por personas. No eran okupas. No eran delincuentes. Eran simplemente seres humanos. Personas sin hogar que encontraron entre hierros y paredes desnudas un refugio para sobrevivir.
En febrero de 2025, vecinos alertaban de la presencia de varios sintecho —seis hombres y dos mujeres— viviendo en condiciones precarias dentro del edificio abandonado. Se marchaban por la mañana y regresaban por la noche, casi invisibles. Algunos hacían trabajos de jardinería, otros pedían en las puertas de supermercados. No molestaban. No hacían ruido. Solo querían un lugar para dormir.
"Es solo un problema de insalubridad", comentaba una vecina a TeleMadrid. Ni amenazas ni gritos. Solo polvo, abandono y vidas suspendidas.
El concejal de Seguridad, Antonio Rodríguez, lo confirmaba: “No son okupas, son personas sin hogar. Están identificados, no tienen antecedentes y no causan ningún problema”. Pero la estructura, sin mantenimiento ni control, se convertía en un riesgo cada vez más evidente.
Un símbolo incómodo
A lo largo de los años, el edificio fue degradándose. Grafitis, ventanas rotas, ruidos extraños por la noche. Los vecinos se acostumbraron, algunos con resignación, otros con molestia contenida. La estructura, en plena zona céntrica, junto a una de las principales puertas de entrada a Majadahonda, era un símbolo incómodo.
Nadie sabía muy bien a quién pertenecía el edificio. El Ayuntamiento lo había cedido en su día, pero el proyecto se deshizo en un mar de conflictos judiciales y disputas administrativas. Durante años, todo quedó paralizado en una especie de limbo legal. Sin dueño claro. Sin mantenimiento. Sin esperanza.
Y sin embargo, la vida siguió fluyendo a su alrededor. Trenes que pasan. Coches que aparcan. Niños que juegan en el parque cercano sin saber que tras esa valla oxidada hay un edificio que pudo haber cambiado el destino de su ciudad.
El punto de no retorno
Febrero de 2025. Todo cambió. La Policía Local detectó un movimiento extraño: personas manipulando pilares de la estructura. El riesgo era real. El colapso podía ser inminente. Y entonces, por fin, alguien actuó.
El Ayuntamiento de Majadahonda activó un protocolo de emergencia. Informes técnicos lo dejaban claro: el edificio era inestable, con partes ya derrumbadas, y suponía un peligro para la seguridad ciudadana. El concejal de Urbanismo, Raúl Terrón, lo explicó con palabras que pesaban: "Llevamos tiempo intentando resolver este problema, pero la prioridad ahora es garantizar la seguridad".
Había que derribar. Con urgencia.
Las máquinas entran en escena
El 8 de abril de 2025, las excavadoras comenzaron a trabajar. No había banda sonora épica, ni discursos grandilocuentes. Solo el rugido metálico de las máquinas rompiendo el hormigón. La historia se derrumbaba, literalmente.
La alcaldesa, Lola Moreno, fue clara: “La London School of Economics es ya historia en Majadahonda. Ahora toca mirar hacia el futuro”. Fue un cierre simbólico a un capítulo que nunca llegó a abrirse del todo.
Los sintecho que allí vivían fueron desalojados previamente y atendidos por los Servicios Sociales municipales. Nadie resultó herido. Solo el sueño fue herido. Definitivamente.
El peso de lo que no fue
Resulta difícil no sentir una mezcla de emociones. Un poco de vergüenza. Un poco de tristeza. Y también, cierta compasión.
Vergüenza por haber convertido una oportunidad histórica en un símbolo de abandono. Tristeza por las vidas que pasaron años en ese limbo de cemento, invisibles. Y compasión por quienes creyeron, con razón, que algo grande podía nacer en ese rincón de la ciudad.
La London School of Economics no vino. El edificio nunca se terminó. Las promesas quedaron en titulares de prensa y maquetas de cartón. Lo que quedó fue una estructura a medio construir que acabó siendo hogar de los que no tienen hogar.
Hoy, esa estructura ya no existe. El solar, despejado, espera otro destino. Quizá un parque, quizá viviendas, quizá una nueva oportunidad. Lo que está claro es que esa herida se está cerrando.
Y ahora, ¿qué?
¿Qué hacer con esa parcela? ¿Volver a intentarlo? ¿Convertir el dolor en una lección de futuro?
El Ayuntamiento ha prometido recuperar el entorno y devolver la normalidad a la zona. Pero la memoria es tozuda. Y en Majadahonda, muchos seguirán recordando ese edificio como el lugar donde pudo estar la universidad más prestigiosa del mundo… y nunca llegó.
Porque hay historias que no necesitan un final feliz para ser importantes. Basta con contarlas. Para que no se repitan. Para que no se olviden.
Y para que, alguna vez, alguien mire ese solar y no vea ruinas… sino lo que pudo ser. Ω
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